miércoles, 30 de mayo de 2007

Desempolvando

Pensando en las imágenes para el audiovisual (y, obviamente, en Gastón), me vino una pintura a la cabeza. Y con ella el texto que escribí en su momento en base a la pintura. Acá va...

Cortinas que tapan. ¿Qué tapan? La posibilidad de imaginar tantas cosas tan absolutamente extraordinarias como diferentes entre sí me abruma. Podría soltar mi imaginación a una espectacular deriva, a una poética y sin retorno. Nunca retorno. Nunca a la misma forma. Como siempre.

Carasqueformancarasqueforman.
Rompecabezas sin fin en un mundo de una infinidad más finita de lo que pensamos.
No hay lugar para pájaros en la cabeza esta vez.
Esta vez los seres salen caminando.
O arrancados.
No.
Mentira.
Los pájaros pueden salir, pueden volar muy alto y dejarnos pegados al piso, en una plena conciencia de que lo que nos quedaba de inconciencia se fue, evaporada.
Pero las personas quedan. Siempre quedan. En una sensación, en un aroma, en la conciencia de que se llevaron con ellas una parte nuestra irrecuperable. Irrecuperable y en el fondo voluntariamente compartida.
Pero aún así...
Algunas quisiéramos que se evaporen
otras quisiéramos que quedaran más
de lo que finalmente lo hacen.
Injusticia perfectamente desequilibrada.

Mirando más de cerca...

Gastón. Definitivamente algo en él que no puedo definir. Algo que no cierra. Una falsa estabilidad, simulada uniformidad. Y una parte oscura, que mantiene en las sombras. La oscuridad es tentadora. Da ganas de sumergirse en ella para encontrar algo. Iluminarla por todos lados, interrogarla, sacarle aunque sea a la fuerza lo que no quiere que veamos. Así me empieza a ser Gastón. Así lo empiezo a ver.







domingo, 27 de mayo de 2007

Despertar

Suena la alarma. Ruido más detestable que conozco, más por el hecho de ser el responsable de interrumpir mis sueños diariamente que por el ruido en sí. Aunque tengo que reconocer que si no fuera tan odioso, no me despertaría. Así que, finalmente, cumple su función. (Lo cual no me priva de aplastarlo contra la mesa de luz cada vez que desempeña su trabajo exitosamente).
Me quedo unos momentos más en la cama, esperando que venga a mi cabeza el plan del día, y sobre todo la razón por la que puse el despertador a las 8:30 de la mañana en un domingo. No muy lejos, y amortiguado por la ventana cerrada, escucho pasar algunos autos y colectivos. Me resigno ante la idea de que viviendo en un segundo piso a dos metros de una avenida, ni siquiera un domingo a la mañana la calle va a estar completamente desierta. Al salir de mi cuarto, el ruido de la calle va desapareciendo y es reemplazado por los sonidos de mi propia casa. Paso por el baño, en el que no tengo intenciones de detenerme por el momento, pero el gotear de la canilla me obliga a entrar y cerrarla por completo. Manía familiar la de nunca cerrar la canilla enteramente. O quizás distracción arraigada. O simplemente desinterés. Tratando de no pensar en el agua desperdiciada, sigo mi camino. Al irme acercando al cuarto de mis papás, percibo cada vez con mayor intensidad la tranquila respiración de mi mamá y los inevitables ronquidos de mi papá. Les cierro la puerta, que con alivio descubro que no realiza ningún chirrido. Al entrar en la cocina, ya es completamente otro mundo. El sonido vehicular es reemplazado por el ulular de las palomas que habitan el corazón del edificio. Por alguna razón, escucharlas me causa gracia. Ante la tranquilidad reinante en la casa, el tic-tac del reloj de pared se vuelve protagonista, casi marcando el ritmo de todo lo demás. El pitido de la pava me saca de mi ensimismamiento anunciándome que el agua ya hirvió, y, café en mano, me dirijo al comedor y a su cómodo aunque crujiente sillón. Un zumbido molestamente parecido al de la heladera me llama la atención. Es el equipo de audio, que aparentemente se rehúsa a darse por enterado de que es de mañana, que es domingo, que están todos durmiendo, y, lo que es más, que está apagado. Con el zumbido aún perforándome de a poco, prendo el televisor, que por suerte me invade con sus sonidos y sus imágenes, y me sumerge por un ratito en ese mundo paralelo que se desarrolla más allá de mi relativamente acontecido micromundo mañanero.

lunes, 21 de mayo de 2007

El otro

El otro. Gastón Herrera. Tengo que hacer un retrato fotográfico de esta persona que empecé a conocer recién hoy. Hablamos de todo un poco, tanteando temas, lugares comunes y un poco más. Después de nuestra charla, dos cosas de todas las que me dijo son las que me quedaron rondando: soul y dibujo. Y a partir de esto: introspección, serenidad, contacto con su interior y a la vez perfecta conciencia de todos y cada uno de los elementos que lo rodean, aguda percepción. Lo que me inspira Gastón a partir de todas estas cosas, es inmovilidad, físicamente estático, sin cambiar. Y también un cierto misterio, la sensación de algo oculto, de algo que no dice, una parte oscura que me llama la atención.
Esta es la imagen que elegí de las que le tomé luego de la charla. La considero un relevamiento, un complemento de nuestra conversación y del empezar a conocerlo más que otra cosa.



Retratos literarios

No bastaban – pensaba- los huesos y la carne para construir un rostro, y es por eso que es infinitamente menos físico que el cuerpo: está calificado por la mirada, por el rictus de la boca, por las arrugas, por todo ese conjunto de sutiles atributos con que el alma se revela a través de la carne.

"Sobre héroes y tumbas", Ernesto Sabato


Rubias,
altas como obeliscos
plataformadas y engomadas,
pisando caracoles sin piedad (cric krac cric krac)
veo cómo mueren
y se achican
polvo de mar…

Uni-formadas
pieles teñidas
huesos duros que se salen
y me repelen como a un muerto de hambre
y sólo quiero tocar
a ver qué se siente
un esqueleto falso y dorado
desnudo
un sueño magazine
que me parte
al sol.

“Ferina”, Karina A. Macció


Kate Cold tenía sesenta y cuatro años, era flaca y musculosa, pura fibra y piel curtida por la intemperie; sus ojos azules, que habían visto mucho mundo, eran agudos como puñales. El cabello gris, que ella misma se cortaba a tijeretazos sin mirarse al espejo, se paraba en todas direcciones, como si jamás se lo hubiera peinado. Se jactaba de sus dientes, grandes y fuertes, capaces de partir nueces y descorchar botellas; también estaba orgullosa de no haberse quebrado nunca un hueso, no haber consultado jamás a un médico y haber sobrevivido desde a ataques de malaria hasta picaduras de escorpión. Bebía vodka al seco y fumaba tabaco negro en una pipa de marinero. Invierno y verano se vestía con los mismos pantalones bolsudos y un chaleco sin mangas, con bolsillos por todos lados, donde llevaba lo indispensable para sobrevivir en caso de cataclismo. En algunas ocasiones, cuando era necesario vestirse elegante, se quitaba el chaleco y se ponía un collar de colmillos de oso, regalo de un jefe apache.

“La ciudad de las bestias”, Isabel Allende


Su pelo renegrido contra su piel mate y pálida, su cuerpo alto y anguloso; había algo en ella que recordaba a las modelos que aparecen en las revistas de modas, pero revelaba a la vez una aspereza y una profundidad que no se encuentra en esa clase de mujeres. Pocas veces, casi nunca, la vería tener algún rasgo de dulzura, uno de esos rasgos que se consideran característicos de la mujer y sobre todo de la madre. Su sonrisa era dura y sarcástica, su risa era violenta, como sus movimientos y su carácter en general: “Me costó mucho aprender a reír – le dijo un día – pero nunca me río desde adentro”.

“Sobre héroes y tumbas”, Ernesto Sabato


Ella en medio de las nubes de rosado chicloso con olor a buballoo. Sus cachetes de algodón de azúcar van desprendiendo aroma que los conejos de ojos bobalicones aspiran como un renacer en el paraíso.
Ella salticando en el aire, dictando la melodía al son de la cual se mueve todo lo demás. Dejó sus tacones y su gamuza negra en la tierra. Se eleva con sus zapatillas de pompones.
Redondo.
Suave.
Rosado.
Da vueltas y vueltas y vueltas hasta disolverse en polvo de estrellas.

Julieta Bergunker (un gustito que me di, sepan disculpar)


Era otra.
Aquella que ni Arjona soñó.
Una transmundialista de los océanos insemnes.
Aquella que raya a través de los lunares.
Y se sienta y
asienta
una estelar porquería de
poesía.
Y baja al infratranstorno de la pluma
y se queda
flodando
como si nunca hubiera sido
aprontada por corrientes
corrompidas por las cotorras
indemnes de saciadas de
verdiplateado.

Julieta Bergunker (gustito bis)



viernes, 18 de mayo de 2007

La salita

Este es el trabajo final. Una fusión de los elementos con los que estuve trabajando, y con una idea que no sé si se llega a plasmar. Lo que quise fue dar la sensación de contraste entre todo lo que un jardín teóricamente es, y lo que es este jardín en particular. Tenebroso. Choque.