viernes, 7 de septiembre de 2007

Una situación mia

Subo al colectivo. Me siento. Delante mío está sentado un hombre con una beba en brazos. A mi costado, un señor muy aseñorado, con su traje de señor, su valija de señor y su porte de señor.
Yo miro al frente. El señor mira al frente. Yo miro por la ventana. El señor mira al frente. Yo miro al señor. El señor mira al frente.
En un momento, por detrás del hombre que tengo sentado adelante, se asoma la beba, y nos mira a mí y a mi compañero de asiento aseñorado. Nos observa con sus ojos desmesuradamente abiertos. Posa su atención alternativamente sobre mí y sobre el señor, aparentemente divertida con la situación. Aunque no puedo ver a mi compañero de asiento, percibo cierta tención de su parte, un cambio en su atención, un reacomodamiento en su lugar. La beba nos sigue mirando por encima del hombro de su padre. De a poco me doy cuenta de que la beba ya no me mira a mí, sino sólo al señor, y que su expresión pasa de la diversión al desconcierto. Ante esta reacción, yo también me doy vuelta. Y ahí estaba, el señor tan aseñorado, con traje, valija y porte incluidos, haciéndole a la beba muecas y morisquetas de lo más extrañas y deformes. (Deformes, al menos considerando las formas que se supone un hombre como este solería seguir en su cotidianeidad). Vuelvo a mirar a la beba, y veo que ya pasa del desconcierto al miedo, hasta que finalmente vuelve a esconder la cabeza en el pecho de su padre.
El señor, que en este punto ya tenía una mano presionando su nariz hacia arriba, la otra levantando sus cejas y la lengua afuera; baja ambas manos y las apoya en su regazo, mete su lengua, se reacomoda en el asiento, y vuelve a mirar al frente.

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