lunes, 10 de septiembre de 2007

Nuestra situación... primera aproximación

La ví de lejos. Hacía ya varios días que su fragancia me envolvía, y la hacía parte de mí. Venía flotando entre las calles como es usual, alborotando cabellos y ropas, pasando entre las copas de los árboles, desparramando las hojas de algún distraído, cuando la ví. Justo al girar la esquina en una callecita angosta de esas que todavía conservan la nostalgia de sus adoquines. Ella iba caminando lentamente, distraída, ensimismada, a la vez tan como todos y tan única en su caminar. Parecía deslizarse, casi sin apoyar sus pies en la vereda, como si le preocupara pisar alguna hormiga o desviar el camino de su tropa trabajadora; pero al mismo tiempo sin preocuparse, ya que su mente parecía estar envuelta en otros asuntos, tan lejos de la tierra.
Me acerqué dubitativamente, al principio rozándola apenas, para que notara mi presencia. La noté salir de su ensimismamiento como despertando de un sueño. Pero no una pesadilla de la que uno despierta agitado y asustado, sino de un plácido sueño, despertando a una realidad más maravillosa y curiosa todavía. Miraba a su alrededor con más perplejidad que desconfianza.
Volví a acercarme con más decisión, rozándola de manera cada vez más atrevida, impetuosa, hasta pasional. Rodeándola por la cintura, metiéndome entre sus cabellos oscuros, haciendo bailar con gracia propia su pollera. Y ella dejó de mirar y empezó a sentir, se movía a mi compás, volviéndose un único ente conmigo, siguiéndome los pasos como en una danza de armonía celestial. Cada vez más unidos en nuestro juego, me acercaba a ella por los costados, por encima de su cabeza, por las puntas de sus pies, por su nariz, sus pestañas y su cuello rodeado por una bufanda. Y me alejaba para observarla bailar, y volvía a bailar con ella. De a poco la sentí desprenderse de todo lo que venía cargando consigo en su caminar, quedándose sólo con esa danza que yo le estaba regalando. Sabía que me tenía que ir, que como todo en mi existencia, ese momento no era más que una brisa pasajera. Pero no quise irme sin llevarme algo de ella conmigo. Por eso, mientras continuaba moviéndose en éxtasis, de a poco le fui sacando la bufanda, cargada de ese aroma que me venía acompañando hacía días, y que de esa manera podría conservar conmigo. Finalmente levanté vuelo de nuevo, y su bufanda conmigo, dejándola a ella abajo, cada vez más lejos, mirándome irme, agitada, hermosa, eternamente pícara en su mirada.


Próximamente... el guión literario (con bastantes modificaciones, pero conservando la idea).

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